La Morgue.

- Menuda mierda, siempre que nos reunimos en esta circunstancias. ¿Te parece normal? A mi me parece hilarante e irónico. - Dijo Él suave y pausadamente, casi surrante.

>>Era una de sus multiples manías. Cuando tenia algo importante que escupir, solía hacerlo entre dientes, casi rezando. Quizá tenia miedo a que sus propios pensamientos pudieran dejarlo en ridiculo o incluso marcarlo como al mismísimo Caín. Quizá tan solo era miedo a no encajar. O, quizá, a no decir lo correcto y perder lo que aprecia. No, eso sin duda no. Estaba acostumbrado a perder siempre lo único que realmente aprecia. Paradojico, ¿Verdad?

>> ¿Os habeis fijado que todo lo importante en esta vida lleva implicito un Quizá? Él lo sabía y le resultaba cínico y agobiante. Patético, ¿verdad?; era un despojo de ser humano, no más que una carcasa vaciada. Como si un mosquito de metro sesenta le hubiera chupado sangre, corazón y alma. Curioso personaje sin duda. Pero dejemos a este patético reducto de homo sapines aparte y prosigamos.

- Si que es un poco triste... Somos poco más que nigromántes visto así, solo nos reunimos alrededor de un cadaver. Penoso. - Suspiró Abél poco convencido de que su chiste encajara.

- Menudo capullo estas hecho tío... - Rió Él incontroladamente.

>> Esto no agradó mucho al resto del púlpito. Y mucho menos al monaguillo que llevaba el cepillo entre los bancos de aquella pequeña iglesia.

- Eh, estoy harto de que aquel meapilas taciturno intente convencerme, en el propio entierro de mi amigo, de que tenemos que tener Fe y ser católicos. Y encima, esos hijos de puta, porque no son otra cosa Abél, no. ¡Están pasando el cepillo! Menuda tela... - Recriminó ante la dura mirada de aquel monaguillo.

>>Bueno igual no era tan "illo", me explico. Tendría almenos 50 años, 3 hipotecas, una exmujer, una nueva esposa, 3 hijos legítimos, otro del butanero y, encima, disfrazado de aquella guisa. No pudo si no reirse de aquel espantapájaros.

- Mejor salgamos. - Apuntilló finalmente Abél.

(...)

>>Más tarde, en casa, cogió aquella carta que escribió hace tanto tiempo. No era una carta "sin más", era La Carta. Humbert Humbert en persona le había hecho prometer que no la entregaría nunca. Él sin duda, aceptó. Estaba claro, no iba a entregarla a su destino, no; nunca. Sus miseros sentimientos no iban a cambiar nada. N.A.D.A. Estaban vacíos, como Él. Tenía pensado tatuarselo en el pectoral izquierdo, justo debajo del pezón. Entre la peca que le decoraba la aréola y su descomunal corazón. Irónico corazón puntualizaria Él. Tenía el corazón tan grande que sus pulsaciones pululaban en unas agradables 56 cada minuto. Un corazón tranquilo, placentero para el oido. De latidos fuertes, muy fuertes. Ella solia soprenderse cuando veia su cuello hincharse y desincharse a cada latido y solia soñar con la cadéncia de aquel músculo.

>> Preparó el nicho con sumo cuidado, no podía ser un nicho cualquiera. Estaba a punto de guardar bajo llave sus sentimientos. El nicho debía ser austero y gris. Nada de decoraciones, una puta cárcel. Si, eso quería. Encarcelarlos. Dejarlos aletargados y en espera. A la espera de la ama de llaves o, en su defecto, la pirómana que decida hacerlos desaparecer. Recordó por última vez aquellos ojos y aquellos senos. Y, sin más ceremonia que una pesada lágrima, lanzó la carta al nicho.

-Dos entierros en un mismo día, el fantasma de un tercero y un cuarto y el recuerdo de un quinto y un sexto. Maravilloso día. Y todavía no es ni viernes. -

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