A veces pasa que...


Dialogos (?) - Jorge Pogorelsky

Hoy he despertado confuso, no reconocía el techo de mi própio cuarto. He entrado en una especie de trance matutino, en el que no sabía exactamente quien era; uno de esos estados en los que solía entrar cuando veía los finos brazos de mi nínfula. Me he incorporado totalmente alucinado, intentando reconocer todo lo que había a mi alrededor, intentado hubicarme, pero no lo conseguía. Flotaba, ¿sabes? Me hayaba en un globo de color canela y pistacho. Olía todo a perfume. Perfume de mujer, su perfume. Supongo. Uno de tantos, creo. Tampoco tenía tiempo de fijarme y no viene al caso. Señores y señoras del jurado, el nirvana. Ahí languidecía en un agónico estado placentero parecido al de un orgasmo. Cada vez más incomodo en mi habitación y más agusto en mi pequeño bunker.

Toda noción extrasensorial se perdió en el mismo momento en el que reconocí algo de mi vida real. Vi aquel regalo podrído de esperar(la). Un bofetón me cruzo las mejilla, un empujón sutil y suave, firme; como sus puyas. Hayabame cerca de las vigas de mi burbuja cuando sentí que el peso de la realidad me atrapaba con sus invisibles tentáculo. "No hay sereno no hay razones para estarlo, no estoy sobrio no hay razones para estarlo", "Keep Lovin'. Keep Breathing. Keep Living", "Parado frente al mar...", " I carry your heart I carry it in my heart". Poetas difusos recorrían mi mente mientras miraba hiperterrito como mi cama corría hacía mi con sus infecciosas garras abiertas. Las pustulas de la realidad brotaban por doquier. Me dejé llevar por el olor ráncio de mi almohada y preferí recordar aquel olor meloso de su perfume. Cerré los ojos y saludé de nuevo a Morfeo.

Cuando mis párpados, como ventanas azuzadas por el viento de mi pequeño mar revuelto, se abrieron de súbito al nuevo día que me esperaba, un electrizante escalofrío ( de esos que las nínfulas prepúbeas y perversas regalaban a este humilde sátiro ) recorrió mi agujeteado espinazo ( no se si por entrenar árduo en el gimnásio o por la presión que ejerce no recordar el hecho de que debo olvidarla ) de cabo a rabo. Me levanté y deambulé camino de la nevera con el alma en los piés y el estomago en alza. Allí las vi radiantes al par que espectantes. ¡Cerezas! Si señiría, cerezas. Jugosas, rojizas y frescas cerezas. Preparé un copioso bol de aquellos refrescantes caramelos y languidecí con buena música y mejor ánimo, en aquel cubil de placer infinito y amor berborreante que era mi cama.

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