De Luna, Dante, Humbert y mi maldita cabeza.





Es difícil no decirte todos los días te quiero, es como pegarle puñetazos a una pared. Es irónico en cierta manera, quiero decir, a puñetazos podría tumbar una pared si me lo propusiera, sangrarían mis nudillos, me partiría las falanges y el alma si fuese necesario. Pero en silencio no puedo volver a tu regazo, por mucho que sangre mi alma y me parta los nudillos de escribirlo en trozos de papel amarillento y envejecido. Ese regazo que templa mis nervios, ese tan suave y aterciopelado, objeto de deseo, anhelado ardid de pasión incontrolada; está tan lejano como vivo en mi memoria. Esa memoria que tan poco te gusta, que nunca recuerda nada, que siempre olvida todo lo que hablamos, todas las reglas, todo lo necesario. Leo a Luna y me estremezco de envidia al pensar en el Sr. Berlín. Saber que alguien tan especial te quiere y no tiene miedo a chillarlo una y mil veces tiene que ser necesario, al menos, vivirlo una vez en la vida. Luego releo al degenerado de Nabokov y todavía me siento peor. Quizá solo hayas sido una ninfula perdida, que encontró su Humbert pasajero. Siento que te conozco de toda la vida, que, aunque no lo sientas, necesito saber de ti todos los días. Miro desesperanzado el reloj rogándole que avance raudo, que anochezca, que me lleve rápido al final del día y al reparador regazo de Morfeo. De la nada salen unos versos que reconozco al instante y me devuelven irremediablemente a los infiernos, con Dante, que parece que ultimamente me ha cojido cariño. "Parado frente al Mar, mientras el mundo gira..." rezan antes de que muera de recelo. Quizá sea el Karma, es más que seguro que me merezca esto. Y me lo he buscado, yo solito he sido peor que Gray. He clamado a Mefistofeles y he perdido, yo solo, como siempre. Aunque ya lo único que me asusta, es el olvido. Que te olvides de mi, de que existo, de que me quieres; sí, me quieres. En algún rinconcito de tus pequeños pulmones, tienes un recoveco alveolar reservado, para que sucinto vuelva a causarte un poco de sufrimiento. De ese agónico y placentero, que acelera tu respiración y humedece tus pupilas. Pienso, luego existo. Y una mierda, estoy perdido entre dos mundos. La realidad y el sueño, no se como escapar, me siento perdido y ya no tengo esos labios que marcaban brillantes y deseoso el camino de salida. Esas manos temblorosas, que agarraban mi pelo y dispuesto rostro. Que con un leve gesto suyo, sabia como tenia que hacerlo, como debía seguir, si te gustaba, si no. Echo de menos tú olor en mi cama.



Encuéntrame.

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