Grácias por nada.

Antoinette apartó con la pluma aquel humeante pedacito de seso que, fruto de la agonía que le producían las vísceras aún palpitantes de Humbert, no le dejaba recoger el sobre. Corrió las cortinas y encendió una pequeña luz en la mesita colindante al sofá del angosto salón. Se sentó y respiró profundamente, el pulso le temblaba como si tubiese vida propia, respiró profundamente, contó hasta 10, cerró los ojos y se encendió un pitillo; todo era poco para calmar sus nervios. Volvió aquel sobre amarillento en pos de corroborar sus dudas, estaba claro: "Para Antoinette". Un escalofrío le recorrió el espinazo, baticinio de un mal presentimiento, supuso. Reunió unas pocas fuerzas y abrió el sobre.

Querida Antoinette.

Deseo que leas esto tan pronto como sea posible. No quiero que mi odio se esparza o difumine más de la cuenta, es todo para ti. Acepta mi pequeño regalo de despedida mon amour.

Hace tiempo que vivo sin vivir, que siento frío en cada sensación que atrapo, ya tan siquiera me atraen las miradas tristes. Has conseguido apagar toda la llama que me mantenía vivo. Tus idas y venidas han sido poco más que certeras puñaladas ejecutadas con precisión excelsa. Cada vez que uno de tus puyazos me alcanzaba, la coraza de mi alma se ablandaba un poco. Y, poco a poco, se me ha ido escapando la vida de las manos. Casi sin darme cuenta. Inconsciente sí, doloroso, también.

Eres puro ácido, corroes todas las vidas en las que buscas cobijo. Parate a pensarlo un momento, ¿Alguna vez has querido de verdad? Siempre rehusaste responder esa pregunta, nunca tubiste valor para responderla. Pensabas que tu enfado hacia mi como respuesta, sería suficiente, y que yo me sentiría respondido y aludido por tú "amor". Has sido siempre tan graciosa, que a veces reía cuando tenía ganas de llorar. Pero no eludamos esta instancia, respira profundamente y recuerda cuanta gente te ha querido y a cuanta gente has herido. Uno, dos, tres, cuatro... Y la lista continua, ¿Verdad? Y todos muy amigos tuyos, que curioso. Eres pérfida y malvada, probablemente no sientas ni remordimientos ahora mismo. Eso me alegra.

Mi único deseo ahora mismo es que caiga sobre tu conciencia todo el peso de mi muerte, que se te quede grabada. Mi sacrificio te servirá de escarmiento. Tendrás siempre en mente la imagen de un mosaico de puro odio hecho apartir de mis sesos en la pared de tú apartamento. Me siento feliz, no tengo miedo, ni temblores, ni dudas. La pistola se hace más agrable conforme paso los minutos aquí sentado, en tú casa, en mi tumba.

Siempre tuyo, Humbert.

PD: Empiezo a tener algo de hambre, haz el favor de volver pronto a casa.

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